Ni medicinas, ni remedios caseros, ni consejos de abuela que saben de todo. El mal de amores solo lo cura el tiempo. El tiempo que depende del grado de enamoramiento, de la persona que lo sufre, de muchos factores que ayudan o perjudican la recuperación.
El mal de amores no es un mal cualquiera. Tiene su aspecto psicológico (depresión, ansiedad,...), su aspecto digestivo (pierdes el apetito, dolores de estómago,...) su lado psicomotriz (te sientes sin fuerza, sin ganas, apenas puedes moverte y cuando lo haces te cuesta una barbaridad) y sobre todo afecta al sistema cardíaco, ese corazón que palpita triste, casi por inercia, como péndulo de reloj sin pilas que poco a poco va acortando su trayectoria hasta convertir su vaiven en un espasmo antes de quedarse immóbil. Y poco a poco el tiempo va haciendo su lento pero eficaz trabajo de recuperación. Comienza por inyectar primero aceptación, después resignación y finalmente positivismo. Esa mezcla recupera bastante el decaimiento psicológico y se empiezan a ver los primeros síntomas de mejora, se cambian lágrimas por medias sonrisas. Con un poco más de tiempo y habiendo mejorado el aspecto psicológico, el tiempo actua de nuevo reforzando el tratamiento con dosis de energía, pastillas de autoestima, y ungüento de curiosidad. Así poco a poco, el aparato locomotor se despereza, sientes ganas de volver a cuidarte físicamente, de estar en forma, de experimentar cosas nuevas, de volver a soñar y pelear por los sueños. Y mejorando hasta el momento, las demás dolencias van sanando casi solas. Te vuelve el apetito, ya no sientes mal de estómago, incluso cambias hábitos alimentarios para mejorar tu estado. La última fase de curación siempre es la más compleja, puesto que si hasta ahora había sido medianamente fácil que el tiempo sanara, todos los progresos podrían arruinarse si en ésta última fase no se conseguía el objetivo. Intentar convencer al corazón que nosotros somos capaces de controlarlo. Que deje de pinchar cual clavada de navaja cada vez que nos asalta un recuerdo que intentamos borrar con rápidez de nuestra memoria pero que el corazón lo recupera una y otra vez como una diapositiva. Conseguir que el corazón deje de latir con ese ritmo cansino cada vez que el resto de mi cuerpo responde ante estímulos de una mujer de la que me podría enamorar. En esos momentos, el corazón se pone una venda en los ojos, palpita pausado, y manda mensajes al celebro para que compare, para que recuerde lo anterior desmejorando lo nuevo.
Y os preguntaréis, ¿Como puede el tiempo curar a ese tocado y hundido corazón?
Pues sencillamente haciendo lo mejor sabe hacer, dejar pasar el tiempo. Aún a riesgo que nuevas decepciones acaben con el proceso de sanación, el tiempo va contando segundos, minutos, horas y días. Y llega el momento en que el corazón deja de taparse los ojos para ver ya que apenas recuerda lo que no ve, deja de mostrarse apático y escucha los mensajes de ánimo que le lanza el resto del cuerpo, vuelve a latir con la intensidad suficiente para vivir. Para vivir viviendo. Para vivir queriendo. Para vivir volviendo a amar.
CANCIÓN DEL DÍA: "19 días y 500 noches" de Joaquín Sabina.