miércoles, 14 de marzo de 2012

YO SOY YO, PORQUE YO LO VALGO.

Hoy me he encontrado con un conocido de la infancia. Le perdí la pista a los 18 años, va a hacer casi 20 años que no sabía nada de él. Oscar, que así se llama, me ha sorprendido gratamente. Mis recuerdos sobre él eran bastante concisos. Era el típico chico al que todo el mundo dejaba de lado, el raro, el callado, el marginado. Aquel sobre el que recaían la mayoría de las bromas y novatadas. El mudo, el que nunca se enfadaba, el que nadie acompañaba al cole, el que no invitaban a los cumpleaños, el último en ser elegido en los juegos de equipo, el que no vino a ninguna excursión escolar, ni tan siquiera al viaje de fin de curso. El que cuando comenzó la secundaria, el bachillerato, no había desarrollado su crecimiento, el virgen, el que nunca se había peleado con nadie, … En fin, lo recordaba como ese chico que a todos daba lástima pero del que todos se aprovechaban.
Pues bien, hoy hemos cruzado nuestros caminos después de tantos años, y como ya he dicho me ha sorprendido porque ya no era el mismo chico de la infancia. Para empezar me ha costado reconocerlo físicamente, de escuálido y desnutrido jovencito a armario ropero de 2 por 2. Pero mi sorpresa ha sido mayor cuando al saludarnos, hemos comenzado a charlar sobre las idas y venidas de los años. Me ha contado como su vida ha ido cambiando casi sin darse cuenta. Que no ha sido un cambio premeditado ni buscado. Se había producido en él un cambio, a todos los niveles, paulatinamente, sin esfuerzos, pero siendo consciente que había llegado su hora. En la actualidad ejerce de jefe en una empresa de reformas y decoración de casas de alto standing. Y me contaba, entre risas, la suerte que ha tenido desde ya hace una decena de años. Me decía que ha sido consciente de cómo pasó su infancia, que a veces le habían entrado ganas de matarnos a todos, pero que reprimía sus locuras centrándose en convencerse a sí mismo que era diferente a los demás. Explicaba que tardó tiempo en darse cuenta que debía conformarse con ser el raro, el distinto a los demás, el apartado y apestado. Pero que en el mismo momento en que aceptó quien era se le abrieron los ojos a la vida. Entendió que debía aceptar quien era y como era para poder mejorar cada día. Entendió que debía abrirse camino siendo quien era, no queriendo ser como los demás, y que a partir de ahí todo le fue saliendo rodado.
“He tenido mucha suerte en la vida” decía, para añadir “quien lo hubiera dicho hace 30 años”. Hemos compartido un buen rato, me he sentido cómodo charlando y hemos intercambiado teléfonos por si algún día nos apetecía quedar, pero de vuelta a mi normalidad, me he dado cuenta que las pequeñas cosas son las que más importancia tienen, aunque no las veamos, aunque no las aceptemos. Se tiene que haber caído antes de aprender a levantarse. Oscar me ha recordado que tiene más merito conseguir las cosas siendo tal y como uno es que tener de todo sin ser nadie.
Gracias Oscar por ese ratito filosófico que me has hecho pasar.

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