sábado, 11 de febrero de 2012

LOS QUESITOS DE LA VIDA

Después de una buena sobremesa en compañía de amigos, habiéndonos bebido un par de botellas de zumo de uva (un par de tintos y una de rosado), mientras nos disponíamos a seguir con cafés, copas y demás, a alguien se le ocurrió la idea de jugar al “trivial” por parejas. La verdad es que hacia años que no jugaba al trivial, pero envalentonados por el buen rollo que había y con la intención de tomarnos el juego más a broma que a competición, le hicimos sitio al tablero y empezamos la partida.
A medida que el juego tomaba cuerpo, entre risas y tonterías, creció en los participantes la competitividad. A mí y a mi mujer no nos iban mal las cosas, habíamos conseguido cuatro quesitos e íbamos en cabeza. A la siguiente ronda volvimos a caer en una casilla de quesito, deportes, aunque ese ya lo teníamos. Nos lanzaron la pregunta, complicada, comenzó a contar el reloj de arena y erramos la respuesta. Cuando le iba a pasar los dados a la siguiente pareja, uno de los participantes dijo: “Espera un momento, tienes que quitarte el quesito naranja”. Mi ignorancia en las reglas del juego hizo que protestara en desacuerdo. No entendía porqué una cosa que ya había conseguido me la tenían que quitar. Comenzó entonces una conversación sobre reglas y normas, y el juego quedó en un segundo plano. Desconozco si fue por el vino o porque estábamos en un ambiente agradable, pero el hecho de perder o ganar dio paso a auténticos debates dialécticos. Un buen amigo mío, que participaba poco, de esos que siempre piensas que están como distraídos, que no se integran en el mismo nivel que el resto (a diferencia de su mujer, una cotorra de pedigrí) tomó el turno de palabra y expuso lo siguiente:

“El juego del trivial no es más que un juego. Da igual quien gane o quien pierda. Da igual si las reglas son unas u otras. Al final siempre hay un vencedor y los demás, perdedores. Yo no sé si pierdes quesito al contestar mal, lo que sí se que si el juego fuera un reflejo de la vida, ese quesito debería perderse.”
Todos los presentes escuchamos atónitos su introducción y nos pusimos a reflexionar para nuestros adentros, y se hizo un silencio.
Mi amigo al ver que nos había callado a todos, se echó a reír a carcajadas, y continuó con su discurso.

“Mirar, para mi la vida no es otra cosa que un juego. Un juego en el que participas activamente. Un juego que te pone obstáculos, pruebas y te obliga a tomar decisiones. Unas veces aciertas y otras te equivocas. Ensayo y error, la gran madre de la ciencia. Lo que sí tengo claro es que cada vez que tomas una decisión, cada vez que consigues algo, cada vez que aciertas en las duras pruebas de la vida, no te puedes recrear en lo conseguido y olvidarlo a continuación. Todo lo que se consigue en esta vida hay que guardarlo.
Y guardarlo bien. No esconderlo y olvidarlo. Guardarlo y mimarlo, cuidarlo, quitarle el polvo de vez en cuando, y mejorarlo si cabe. Cuando algo en esta vida te ha costado esfuerzo, sudor y lágrimas para conseguirlo no se puede dejar olvidado en un rincón. El día que yo abandone esta vida no me sentiré orgulloso por lo que he conseguido. Me sentiré orgulloso por lo que he mantenido, por lo que he llevado conmigo, por lo que he querido, amado y conservado, por lo que he aprendido con ello y por la felicidad que me ha aportado saber que he luchado hasta el final, que he superado pruebas y obstáculos  intentando perder lo menos posible en el camino, como por ejemplo, mi mujer, mis amigos, mi familia, … todo aquello que hoy tengo y por lo que me levanto cada mañana y sonrío al sol. Todo aquello por lo que doy gracias de seguirlo teniendo al final del día.”

Sólo os puedo decir que no acabamos de jugar la partida, aunque todos, los presentes sabíamos que alguien había ganado. Y no sólo había ganado ese juego, había ganado en su vida y nos había echo ganar un pedacito de las nuestras.

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