jueves, 9 de febrero de 2012

YO, MI, ME...CONMIGO.

La rosada piel de su nuca comenzó a temblar. El bello se le erizaba cada vez que esos labios se le acercaban. Notaba su sorda respiración, su tímido jadeo. En su interior, mientras, una explosión de sensaciones daba un vuelco a todo el mundo real. Le parecía estar soñando, le parecía estar volando. Había imaginado como sería ese momento mucho antes incluso de saber que iba a ocurrir. Y se había quedado corta de emociones provocadas. Mientras sus caderas seguían bailando, lentamente, percibiendo cada una de las embestidas, cada uno de los roces en su interior, sus manos viajaban inquietas por aquel torso desnudo que tenía frente a sí. Le agarró fuertemente el cuello y cambió de posición. Ahora se encontraba tumbada, con la espalda pegada a la cama y sus piernas rodeando aquel cuerpo, obligándolo a darle cada vez más, acompañando cada uno de sus movimientos. En ocasiones, se veía obligada a arquear la espalda, retorciéndose de placer, soltando el aire de sus pulmones en cada gemido, pidiendo que ese instante se hiciera eternidad. Nunca había experimentado sensación igual. El intenso final fue apoteósico. Los dos cuerpos se fundieron en uno. Sólo se escuchaba una agitada respiración, al compás. Tardó instantes en recuperar el aliento, en intentar bajar las pulsaciones de su loco y desbocado corazón. Mientras, él le acariciaba los muslos, con las piernas entrelazadas, activando con cada roce todo su sistema nervioso, todos sus receptores de placer. De pronto, se negó a aceptar a aquel maravilloso final, algo tan bueno no podía acabar tan pronto. Se dijo a sí misma que necesitaba más, que quería más. Y fue entonces cuando abrió los ojos y se encontró sola, estirada en la cama, completamente desnuda, con el cuerpo sudoroso y su entrepierna húmeda. Dos segundos le bastaron para comenzar a reír a carcajadas, feliz, mientras se repetía ella misma “no hay hombre que supere la imaginación de una mujer”.

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